Autor: Yovan Gómez Uribe
Hace muchos años, existió en el remoto oriente un joven guerrero llamado Xing Wang. Era tan
valiente que todos en la aldea admiraban
su fortaleza y audacia.
Solían escucharse muchas historias
alrededor del joven guerrero. Relatos fantásticos, emocionantes e inverosímiles;
pero sin lugar a dudas, ningún relato comparado con su encuentro ante el dragón que amedrentaba a
Xiyang.
Las
predicciones del oráculo.
Esa mañana, el cielo
parecía haber cambiado su color azul a naranja. De hecho, ya
hacía días que comenzaba a transformarse. Pero a los aldeanos de Xiyang poco
les importaba. Estaban tan ocupados en sus labores que no tenían espacio de
sobra para ponerse a contemplar los cambios climatológicos.
-¡Qué mal presagio!- se
dijo así misma una anciana que contemplaba el cielo mientras caminaba a su
pobre casa. Inmediatamente después una fuerte ráfaga de viento acalorado se dejó venir en los campos de Xiyang.
En aquel tiempo los emperadores
chinos buscaban una vida placentera, dotada de todo lujo y riqueza. El oro y el
jade representaban en gran medida una fuente de fortuna imprescindible para
cualquier emperador; simbolizando al Yin y al Yang.
Para ese entonces las cosas no
marchaban nada bien para el emperador,
el ejército estaba harto del mal funcionamiento por parte de este y estaban a
punto de desatar una guerra interna. Además, los aldeanos manifestaban su temor
por una gran amenaza que amedrentaba a la población; la llegada del gran
dragón.
-¡¿La llegada del gran
dragón?!- dijo con desconcierto el emperador a uno de sus soldados.
Según el oráculo chino había previsto
la llegada de una gran bestia poderosa que
flagelaría a la aldea con fuego y temor.
-¡Por favor señor
ayúdenos a combatir al gran dragón!- se
escuchaba decir a los aldeanos ante las majestuosas puertas del palacio donde
moraba el emperador.
El pánico de los pobladores era tanto que el emperador salió
en busca del oráculo para obtener
la solución ante tal problema.
-¿Cómo puedo vencer a la
bestia y conseguir la paz de mi pueblo?- preguntó el emperador al oráculo, que
se encontraba frente de este.
“La respuesta comienza
por cambiar la filosofía con la que se conduce a un pueblo. La grandeza
la hallarás en el corazón más humilde, y no en la fortaleza de un ejército.”
-Hmm. ¿Qué debo hacer?-
el emperador no podía entender la respuesta del oráculo, su corazón y su mente
se habían perdido por un momento en aquellas grandezas que ambicionaba poseer.
-¿Podría ser más
explicita tu respuesta? – dijo el emperador cansado de tratar de descifrar el
mensaje.
“Busca a cuyo corazón valiente y humilde pueda apagar las feroces llamas de la
bestia. Busca a Xing Wang”
-¿Xing Wang?, pero él
vive hasta la punta más alta de la gran montaña, además no es un soldado- dijo
preocupado el emperador, quien sólo había escuchado historias del joven.
“Búscalo, sólo así podrás obtener la respuesta a tu
problema”
El Emperador montó en su caballo y salió en busca de Xing Wang.
La montaña de
la sabiduría.
El emperador conocía muy poco sobre el joven Xing Wang. Había escuchado algunas
historias que le platicaban sus
soldados, pero jamás había tenido la suerte de conocerlo en persona.
El camino era sumamente largo, lo
suficiente para hacer dos días de recorrido. El ambicioso hombre pensó por un
momento dejar las cosas así, y esperar. Pero al darse cuenta de la situación
decidió seguir adelante.
Por fin vio la pequeña casita a lo
lejos. Era una casa muy humilde ubicada a lo alto de la montaña. Nada comparada
a su gran morada, llena de lujos,
riquezas y sirvientes, miles de
sirvientes. Verdaderamente la casa de Xing Wang era demasiado humilde.
-¿Se le ofrece algo
señor?, ¿A qué debo el honor de su visita?- preguntó Xing Wang lleno de curiosidad al mismo tiempo que le ofrecía un poco de agua fresca al exhausto
hombre.
El emperador tomó la sencilla vasija
y bebió del agua. Aquella agua era más rica de lo que él
imaginaba, por un momento no le importó el hecho de no tener en sus manos un
recipiente fino. El gran señor miró por
un momento las pacificas pupilas del
joven Xing Wang.
-¡No
pareces ser un guerrero, te falta odio en la mirada! ¡Aún así creo que eres el
único que puede ayudarme a vencer el
terrible mal que está por abatir a mi pueblo!- dijo el emperador con actitud
firme.
Xing Wang lo miro detenidamente. Sabía perfectamente a
lo que el emperador se refería. Las predicciones del gran dragón habían causado
tal pavor entre la población que la noticia se había extendido como pólvora por
toda la aldea.
-Usted dirá- dijo Xing Wang calmadamente mientras bebía un poco de agua.
-Necesito que te
encargues de eliminar a la gran bestia, de lo contrario tendrás que irte de la
aldea- Sostuvo el emperador con una cara enérgica dando un fuerte portazo
mientras salía de la humilde casa. Xing Wang
pensó por un momento en las
palabras del gran señor. El mozo era tan humilde que si fuese echado de su
casa no tendría refugio alguno.
Aquella tarde el cielo se tornó naranja con rosa; entre los matices de las nubes podía
observarse un tono rojizo y ligeramente
violeta. El joven se recostó a fuera de su casa, sobre el rocoso suelo de la
montaña.
Entonces observó lo que por algunos instantes dudó
llegar a mirar, la gran cabeza de un dragón que se formaba entre las nubes.
-Debo estar soñando- se
decía una y otra vez, mientras se tallaba los ojos con las manos.
-No estás soñando. Es la
realidad- le dijo la imponente cabeza de nubes, con una voz grave y potente.
-¿Qué es lo que deseas?-
preguntó Xing Wang al gran dragón
formado por nubes.
-¡Salva a tu pueblo, está
a punto de ser destruido por el calor del feroz fuego que será escupido!-
contestó el dragón desde lo alto.
-¿Me estás amenazando?-
dijo con actitud retadora el joven Xing Wang.
-¡Salva a tu pueblo, está
punto de ser destruido por el calor del feroz fuego que será escupido!-
contestó nuevamente el dragón.
-Esta es una prueba de mi poder- dijo el dragón dejando caer
desde lo alto uno de sus colmillos, el cual era más grande que la cabeza
de cualquier ser humano.
Xing Wang no podía comprender el
cinismo de aquel dragón. Tampoco sabía
por qué no lo había atacado.
-¿Cómo puedo salvar a mi
pueblo?- preguntó perdido entre sus adentros el
humilde joven.
-Sólo tú sabes la
respuesta. Busca en tu corazón y la hallarás- dijo el dragón desapareciendo
junto con el sol. Borrándose totalmente por un enjambre de estrellas.
Xing Wang miró al cielo y suspiro
profundamente. Pasó toda la noche tratando de encontrar la respuesta. Él no
poseía nada, después de todo no era un guerrero, ni siquiera contaba con una espada.
Después
de tanto pensar encontró la respuesta.
-
¡Eureka! ¡Ya sé lo que tengo que hacer!-
gritó.
La lucha
contra el feroz dragón.
A la mañana siguiente Xing Wang, bajó
la montaña apresuradamente con el
colmillo en brazos rumbo a la aldea. En
el transcurso del camino, el joven aprovechó para revolcarse por los suelos,
llenándose de tierra y lodo el cuerpo entero.
Al llegar hasta las puertas del palacio del
emperador, los aldeanos miraron a Xing
Wang desconcertados. No sabían lo que le
había ocurrido.
El emperador abrió las puertas del palacio y frente a
todos los habitantes de Xiyang preguntó al joven guerrero qué había pasado con
la feroz bestia.
-He vencido a la feroz
bestia, esta es una prueba de la victoria- dijo Xing Wang mostrando el colmillo
de dragón a todos. Los aldeanos se sorprendieron al ver la magnitud del
gigantesco diente.
-Me da gusto que por fin
nos hayamos librado de ese feroz asesino- dijo el emperador con una sonrisa.
-Se equivoca señor, el
dragón es una bestia muy poderosa, me ha dicho que la única forma de librarnos
de su presencia en la aldea es que usted
reparta el oro entre todos los pobres. ¡Este dragón enloquece al ver
mucho oro en un solo lugar!- dijo el
joven.
Pese a su aferrado deseo de obtener
fortuna y poder, el emperador repartió con ayuda de Xing Wang costales de oro
puro a cada una de las personas en la aldea, incluyendo a los soldados.
Fue entonces que los soldados dejaron
de practicar con la pólvora el contraataque al emperador; devolviéndole al cielo su color azul
nuevamente.
La paz había vuelto a la aldea; Xing Wang había salvado a los habitantes de
esta. Pero sobre todo, había salvado a un emperador de su feroz dragón que
asechaba sus males, la ambición.