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miércoles, 14 de noviembre de 2012

'El Dragón Que Aparecía Al Atardecer'



 

    

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Autor: Yovan Gómez Uribe

 

 

Hace muchos  años,  existió en el remoto oriente  un joven guerrero llamado Xing Wang. Era tan valiente que todos  en la aldea admiraban su fortaleza y audacia.

 

Solían escucharse muchas historias alrededor del joven guerrero. Relatos fantásticos, emocionantes e inverosímiles; pero sin lugar a dudas, ningún relato comparado con  su encuentro ante el dragón que amedrentaba a Xiyang.

 

*        Las predicciones del  oráculo.

Esa mañana, el cielo parecía haber cambiado su color azul a naranja. De hecho,  ya  hacía días que comenzaba a transformarse. Pero a los aldeanos de Xiyang poco les importaba. Estaban tan ocupados en sus labores que no tenían espacio de sobra para ponerse a contemplar los cambios climatológicos.

 

-¡Qué mal presagio!- se dijo así misma una anciana que contemplaba el cielo mientras caminaba a su pobre casa. Inmediatamente después una fuerte ráfaga de viento acalorado  se dejó venir en  los campos de Xiyang.

 

En aquel tiempo los emperadores chinos buscaban una vida placentera, dotada de todo lujo y riqueza. El oro y el jade representaban en gran medida una fuente de fortuna imprescindible para cualquier emperador; simbolizando al Yin y al Yang.

 

Para ese entonces las cosas no marchaban nada bien para  el emperador, el ejército estaba harto del mal funcionamiento por parte de este y estaban a punto de desatar una guerra interna. Además, los aldeanos manifestaban su temor por una gran amenaza que amedrentaba a la población; la llegada del gran dragón.

 

-¡¿La llegada del gran dragón?!- dijo con desconcierto el emperador a uno de sus soldados.

 

Según el oráculo chino había previsto la llegada de una gran bestia  poderosa que flagelaría a la aldea con fuego y temor.

 

-¡Por favor señor ayúdenos a combatir al gran dragón!-  se escuchaba decir a los aldeanos ante las majestuosas puertas del palacio donde moraba el emperador.

 

El pánico de los pobladores  era tanto que el emperador  salió  en busca del oráculo para  obtener la solución ante tal problema.

 

 

-¿Cómo puedo vencer a la bestia y conseguir la paz de mi pueblo?- preguntó el emperador al oráculo, que se encontraba frente de este.

 

 

“La respuesta comienza   por cambiar la filosofía con la que se conduce a un pueblo. La grandeza la hallarás en el corazón más humilde, y no en la fortaleza  de un ejército.”

 

 

-Hmm. ¿Qué debo hacer?- el emperador no podía entender la respuesta del oráculo, su corazón y su mente se habían perdido por un momento en aquellas grandezas que ambicionaba poseer.

 

-¿Podría ser más explicita tu respuesta? – dijo el emperador cansado de tratar de descifrar el mensaje.

 

 

“Busca a cuyo corazón valiente y  humilde pueda apagar las feroces llamas de la bestia. Busca a Xing Wang”

 

 

-¿Xing Wang?, pero él vive hasta la punta más alta de la gran montaña, además no es un soldado- dijo preocupado el emperador, quien sólo había escuchado historias  del joven.

 

“Búscalo, sólo así podrás obtener la respuesta a tu problema”

 

El Emperador montó  en su caballo y salió en busca de Xing Wang.

 

*        La montaña de la sabiduría.

El emperador conocía muy poco sobre  el joven Xing Wang. Había escuchado algunas historias que  le platicaban sus soldados, pero jamás había tenido la suerte de conocerlo en persona.

 

El camino era sumamente largo, lo suficiente para hacer dos días de recorrido. El ambicioso hombre pensó por un momento dejar las cosas así, y esperar. Pero al darse cuenta de la situación decidió seguir adelante.

 

Por fin vio la pequeña casita a lo lejos. Era una casa muy humilde ubicada a lo alto de la montaña. Nada comparada a  su gran morada, llena de lujos, riquezas  y sirvientes, miles de sirvientes. Verdaderamente la casa de Xing Wang era demasiado humilde.

 

-¿Se le ofrece algo señor?, ¿A qué debo el honor de su visita?- preguntó Xing Wang  lleno de curiosidad al mismo tiempo que  le ofrecía un poco de agua fresca al exhausto hombre.

 

El emperador tomó la sencilla vasija y bebió  del  agua. Aquella agua era más rica de lo que él imaginaba, por un momento no le importó el hecho de no tener en sus manos un recipiente fino.  El gran señor miró por un momento las pacificas  pupilas del joven Xing Wang.

 

          -¡No pareces ser un guerrero, te falta odio en la mirada! ¡Aún así creo que eres el único  que puede ayudarme a vencer el terrible mal que está por abatir a mi pueblo!- dijo el emperador con actitud firme.

 

Xing Wang  lo miro detenidamente. Sabía perfectamente a lo que el emperador se refería. Las predicciones del gran dragón habían causado tal pavor entre la población que la noticia se había extendido como pólvora por toda la aldea.

 

-Usted dirá- dijo  Xing Wang calmadamente mientras bebía  un poco de agua.

 

-Necesito que te encargues de eliminar a la gran bestia, de lo contrario tendrás que irte de la aldea- Sostuvo el emperador con una cara enérgica dando un fuerte portazo mientras salía de la humilde casa. Xing Wang  pensó por un momento  en las palabras del  gran señor. El mozo   era tan humilde que si fuese echado de su casa no tendría refugio alguno.

 

Aquella tarde  el cielo se tornó naranja con rosa;  entre los matices de las nubes podía observarse un tono rojizo y  ligeramente violeta. El joven se recostó a fuera de su casa, sobre el rocoso suelo de la montaña.

 

Entonces  observó lo que por algunos instantes dudó llegar a mirar, la gran cabeza de un dragón que se formaba entre las nubes.

 

-Debo estar soñando- se decía una y otra vez, mientras se tallaba los ojos con las manos.

 

-No estás soñando. Es la realidad- le dijo la imponente cabeza de nubes, con una voz  grave y potente.  

 

-¿Qué es lo que deseas?- preguntó  Xing Wang al gran dragón formado por nubes.  

 

-¡Salva a tu pueblo, está a punto de ser destruido por el calor del feroz fuego que será escupido!- contestó el dragón desde lo alto.

 

-¿Me estás amenazando?- dijo con actitud retadora el joven Xing Wang.

 

-¡Salva a tu pueblo, está punto de ser destruido por el calor del feroz fuego que será escupido!- contestó nuevamente  el dragón.

 

-Esta es una prueba  de mi poder- dijo el dragón dejando caer desde lo alto uno de sus colmillos, el cual era más grande que la cabeza de  cualquier ser humano.

 

Xing Wang no podía comprender el cinismo de aquel dragón. Tampoco  sabía por qué no lo había atacado.

 

-¿Cómo puedo salvar a mi pueblo?- preguntó perdido entre sus adentros el  humilde joven.

 

-Sólo tú sabes la respuesta. Busca en tu corazón y la hallarás- dijo el dragón desapareciendo junto con el sol. Borrándose totalmente  por un enjambre de estrellas.

 

Xing Wang miró al cielo y suspiro profundamente. Pasó toda la noche tratando de encontrar la respuesta. Él no poseía nada, después de todo no era un guerrero,  ni siquiera contaba con una espada.

 

  Después de tanto pensar encontró la respuesta.

 

          - ¡Eureka! ¡Ya sé  lo que tengo que hacer!- gritó.

 

 

*        La lucha contra el feroz dragón.

 

A la mañana siguiente Xing Wang, bajó la montaña apresuradamente  con el colmillo  en brazos rumbo a la aldea. En el transcurso del camino, el joven aprovechó para revolcarse por los suelos, llenándose de tierra y lodo el cuerpo entero.

 

Al llegar  hasta las puertas del palacio del emperador,  los aldeanos miraron a Xing Wang desconcertados. No sabían  lo que le había ocurrido.

 

El emperador  abrió las puertas del palacio y frente a todos los habitantes de Xiyang preguntó al joven guerrero qué había pasado con la feroz bestia.

 

-He vencido a la feroz bestia, esta es una prueba de la victoria- dijo Xing Wang mostrando el colmillo de dragón a todos. Los aldeanos se sorprendieron al ver la magnitud del gigantesco diente.

 

-Me da gusto que por fin nos hayamos librado de ese feroz asesino- dijo el emperador con una sonrisa.

 

-Se equivoca señor, el dragón es una bestia muy poderosa, me ha dicho que la única forma de librarnos de su presencia en la aldea es que usted  reparta el oro entre todos los pobres. ¡Este dragón enloquece al ver mucho  oro en un solo lugar!- dijo el joven.

 

Pese a su aferrado deseo de obtener fortuna y poder, el emperador repartió con ayuda de Xing Wang costales de oro puro a cada una de las personas en la aldea, incluyendo a  los soldados.

 

Fue entonces que los soldados dejaron de practicar con la pólvora el contraataque al emperador;  devolviéndole al cielo su color azul nuevamente.

 

La paz había vuelto a la aldea;  Xing Wang había salvado a los habitantes de esta. Pero sobre todo, había salvado a un emperador de su feroz dragón que asechaba sus males, la ambición.

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